La Habana, Cuba.-  El fracaso del asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, y al Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, fue un duro golpe.

Su plan estratégico era ocupar las armas y llamar al pueblo al levantamiento general para derrocar la dictadura de Fulgencio Batista.

Quedaba la opción de librar una guerra irregular en las montañas, y Fidel volvió de la prisión y el exilio para liderar aquella gesta.

Cumplía así su compromiso sagrado con aquellos jóvenes que cayeron el 26 de julio, conscientes del riesgo de su acción pero inspirados en el supremo empeño por conquistar una sociedad más humana y justa.

Su acto de entrega y sacrificio sin límites estremeció la conciencia popular. No hubo en ellos ni duda ni desaliento, y la Revolución Cubana se puso en marcha.

Con vergüenza y optimismo, siempre será 26

Pocos años después del triunfo de la Revolución Cubana, Fidel advertía que el asalto al Moncada fue apenas el primero de los tantos que tendría el pueblo por delante para vencer el analfabetismo, la ignorancia, el egoísmo, el subdesarrollo.

Y en su alegato La historia me absolverá sentenció que cuando los pueblos alcanzan las conquistas que han estado anhelando durante varias generaciones, no hay fuerza en el mundo capaz de arrebatárselas.

La obra revolucionaria que echó sus cimientos el 26 de Julio sigue recabando del esfuerzo y la perseverancia de todo un pueblo para hacerla crecer y perfeccionarla, contra viento y marea.

Orden, disciplina y exigencia -como ha dicho el presidente Raúl Castro- son cruciales en estos tiempos para preservar el socialismo en la isla. Con vergüenza y optimismo, siempre será 26.

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