Ni anuncios, ni nuevas medidas nos quitan el sueño, porque aquí, después de lo vivido, todos seguimos serenos.

Casi desde el triunfo mismo de la Revolución Cubana, e incluso un poco antes, Estados Unidos puso los ojos sobre un proceso que se sabía radical.

La firma en plena Sierra Maestra de la Ley de Reforma Agraria, como dice Raúl, fue el rubicon revolucionario al nacionalizar no solo los latifundios particulares, sino las tierras que estaban en manos de compañías norteamericanas.

Después de 19 de mayo de 1959, no hubo marcha atrás en la construcción de un nuevo ordenamiento social que dio un vuelco sustancial al país.

Por supuesto que Washington no se quedó cruzado de brazos, sino que echó mano a todo su arsenal subversivo para liquidar al niño antes de que creciera. Cuando la Guerra Fría era más álgida, contra Cuba se intentó de todo; desde el fomento de la contrarrevolución interna hasta casi una conflagración atómica.

De Eisenhower a Trump

La Revolución Cubana ha tenido que remar a contracorriente del más poderoso enemigo de la contemporaneidad. Entre Fidel y Raúl  lidiaron, y aún lidian, con 12 administraciones estadounidenses.

Desde Eisenhower a Trump, no hubo un gobierno norteamericano que mirara para La Habana con amistad y en todos los casos prevaleció una mayor o menor hostilidad.

Quizás el momento más caliente de ese enfrentamiento fue la Crisis de Octubre de 1962 cuando el país, y el mundo todo, rozaron la línea que marcaba el inicio de la guerra nuclear.

Cuba entonces se levantó para defender una Revolución que rebasó las fronteras nacionales y, como le dijo Fidel a Ramonet , “aquí la gente estaba serena”.

Por eso ahora, ni anuncios, ni nuevas medidas nos quitan el sueño, porque aquí, después de lo vivido, todos seguimos serenos.